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World Food Day 2025 Pope Leo XIV Speech
On October 16th, the Food and Agriculture Organization of the United Nations (FAO) commemorated World Food Day and its 80th anniversary with a landmark event in Rome. Hosted by FAO Director-General QU Dongyu, the celebration brought together prominent global figures, including His Holiness Pope Leo XIV. Addressing the audience Pope Leo highlighted that "Defeating hunger is the path to peace", reaffirmed the Holy See’s closeness to FAO and called for a shared global commitment to end hunger and malnutrition.
Video of Pope Leo XIV's complete intervention at the World Food Day high-level event.
Language
Spanish
,
English
Country
Italy
Duration
23m40s
Edit Version
International
Video Type
B Roll Video
Date
10/16/2025
File size
2.53 GB
Unique ID
UF1AYLO
Production details and shotlist
Shotlist
STORY: FAO / WORLD FOOD DAY 2025 POPE LEO XIV SPEECH
TRT: 23’:40’’
SOURCE: FAO
RESTRICTIONS: PLEASE CREDIT FAO ON SCREEN
LANGUAGE: SPANISH / ENGLISH / NATS
DATELINE: 16 OCTOBER 2025, ROME, ITALY
SHOTLIST
1. Med shot, FAO Director-General QU Dongyu welcoming Pope Leo XIV at FAO headquarters
2. Med shot, FAO Director-General QU Dongyu and Pope Leo XIV entering the building
3. Wide shot, Pope Leo XIV on stage of the World Food Day opening ceremony
4. Med shot, Pope Leo XIV on stage of the World Food Day opening ceremony
5. Wide shot, FAO Director-General QU Dongyu getting on stage of the World Food Day opening ceremony
6. Top shot, FAO Director-General QU Dongyu and Pope Leo XIV on stage
7. Wide shot, Pope Leo XIV speaking
8. Med shot, Pope Leo XIV speaking
9. Wide shot, Princess Basma bint Ali, Hashemite Kingdom of Jordan, Antonio Tajani, Italian Deputy Prime Minister and Minister of Foreign Affairs, Italian Prime Minister Giorgia Meloni, King Letsie III of Lesotho, FAO Director-General QU Dongyu (from left to right)
10. Wide shot, Princess Basma bint Ali, Hashemite Kingdom of Jordan, Antonio Tajani, Italian Deputy Prime Minister and Minister of Foreign Affairs, Italian Prime Minister Giorgia Meloni, King Letsie III of Lesotho, FAO Director-General QU Dongyu, Uruguay President Yamandú Orsi Martínez, Russell Mmiso Dlamini, Prime Minister of the Kingdom of Eswatini (from left to right)
11. Close up, Pope Leo XIV speaking
12. Med shot, Pope Leo XIV speaking
13. Med shot, Queen Letizia of Spain, Han Jun, Minister of Agriculture and Rural Affairs of the People’s Republic of China (from left to right)
14. Med shot, 8th Secretary-General of the United Nations, Ban Ki-moon (left)
15. SOUNDBITE (Spanish and English) Pope Leo XIV: complete speech - check script
16. Top shot, FAO plenary hall
17. Tracking shot, FAO Director-General QU Dongyu and Pope Leo XIV walking
18. Various shots of, Pope Leo XIV signing FAO guestbook and exchanging gift with FAO Director-General
19. Various tracking shots, Pope Leo XIV leaving FAO headquarters
20. Med shot, FAO flag
Script
Señor Director General,
distinguidas Autoridades,
Excelencias,
señoras y señores:
Permítanme, ante todo, expresar mi más cordial agradecimiento por la invitación
a compartir esta memorable jornada con todos ustedes. Visito esta prestigiosa Sede
siguiendo el ejemplo de mis Predecesores en la Cátedra de Pedro, que otorgaron a la
FAO una especial estima y cercanía, conscientes del relevante mandato de esta
organización internacional.
Saludo a todos los presentes con gran respeto y deferencia, y a través de ustedes, como heraldo y servidor del Evangelio, expreso a todos los pueblos de la tierra mi más ferviente anhelo de que la paz reine por doquier. El corazón del Papa, que no se pertenece a sí mismo sino a la Iglesia y, en cierto modo, a toda la humanidad, mantiene viva la confianza de que, si se derrota el hambre, la paz será el terreno fértil del que nazca el bien común de todas las naciones.
A ochenta años de la institución de la FAO, nuestra conciencia debe interpelarnos una vez más frente al drama —siempre actual— del hambre y la malnutrición. Poner fin a estos males incumbe no sólo a empresarios, funcionarios o responsables políticos. Es un problema a cuya solución todos debemos concurrir: agencias internacionales, gobiernos, instituciones públicas, oenegés, entidades académicas y sociedad civil, sin olvidar a cada persona en particular, que ha de ver en el sufrimiento ajeno algo propio. Quien padece hambre no es un extraño. Es mi hermano y he de ayudarlo sin dilación alguna.
El objetivo que nos ve ahora reunidos es tan noble como ineludible: movilizar toda energía disponible, en un espíritu de solidaridad, para que en el mundo no haya nadie al que le falte el alimento necesario, tanto en cantidad como en calidad. De esta manera, se acabará con una situación que niega la dignidad humana, compromete el desarrollo deseable, obliga inicuamente a muchedumbres de personas a abandonar sus hogares y obstaculiza el entendimiento entre los pueblos.
Desde su fundación, la FAO ha orientado infatigablemente su servicio para que el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria sean objetivos prioritarios de la política internacional. En este sentido, a cinco años del cumplimiento de la Agenda 2030, hemos de recordar con vehemencia que alcanzar el Hambre Cero sólo será posible si existe una voluntad real para ello, y no únicamente solemnes declaraciones. Por esto mismo, con renovado apremio, hoy estamos llamados a responder a una pregunta fundamental: ¿dónde estamos en la acción contra la plaga del hambre que continúa flagelando atrozmente a una parte significativa de la humanidad?
Es preciso, y sumamente triste, mencionar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, seiscientos setenta y tres millones de personas en el mundo se van a la cama sin comer. Y otros dos mil trescientos millones no pueden permitirse una alimentación adecuada desde el punto de vista nutricional. Son cifras que no podemos reputar como meras estadísticas: detrás de cada uno de esos números hay una vida truncada, una comunidad vulnerable; hay madres que no pueden alimentar a sus hijos. Quizá el dato más conmovedor sea el de los niños que sufren la malnutrición, con las consecuentes enfermedades y el retraso en el crecimiento motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible. En un tiempo en el que la ciencia ha alargado la esperanza de vida, la tecnología ha acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan —y mueran— golpeados por el hambre es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica.
Los escenarios de los conflictos actuales han hecho resurgir el uso de los alimentos como arma de guerra, contradiciendo todo el trabajo de sensibilización llevado adelante por la FAO durante estas ocho décadas. Cada vez parece alejarse más ese consenso expresado por los Estados que considera la inanición deliberada un crimen de guerra, como también el impedir intencionalmente el acceso a los alimentos a comunidades o pueblos enteros. El derecho internacional humanitario prohíbe sin
excepción atacar a civiles y bienes esenciales para la supervivencia de las
poblaciones. Hace unos años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
condenó unánimemente esta práctica, reconociendo la conexión entre conflictos
armados e inseguridad alimentaria, y estigmatizando el uso del hambre infligido a
civiles como método de guerra.
Esto parece olvidado, pues, con dolor, somos testigos del uso continuo de esa estrategia cruel, que condena a hombres, mujeres y niños al hambre, negándoles el derecho más elemental: el derecho a la vida. Sin embargo, el silencio de quienes mueren de hambre grita en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, acallado o tergiversado. No podemos seguir así, ya que el hambre no es el destino del hombre sino su perdición. ¡Fortalezcamos, pues, nuestro entusiasmo para remediar este escándalo!
No nos detengamos pensando que el hambre es sólo un problema que resolver. Es más. Es un clamor que sube al cielo y que requiere la veloz respuesta de cada nación, de cada organismo internacional, de cada instancia regional, local o privada. Nadie puede quedar al margen de luchar denodadamente contra el hambre. Esa batalla es de todos.
Excelencias, hoy en día asistimos a paradojas ultrajantes. ¿Cómo podemos seguir tolerando que se desperdicien ingentes toneladas de alimentos mientras muchedumbres de personas se afanan por encontrar en la basura algo que llevarse a la boca? ¿Cómo explicar las desigualdades que permiten a unos pocos tenerlo todo
y a muchos no tener nada? ¿Cómo no se detienen inmediatamente las guerras que
destruyen los campos antes que las ciudades, llegando incluso a escenas indignas de
la condición humana, en las que la vida de las personas, y en particular la de los
niños, en vez de ser cuidada se desvanece mientras van en busca de comida con la
piel pegada a los huesos? Contemplando el actual panorama mundial, tan penoso y
desolador por los conflictos que lo afligen, da la impresión de que nos hemos
convertido en testigos abúlicos de una violencia desgarradora, cuando, en realidad,
las tragedias humanitarias por todos conocidas tendrían que instarnos a ser artesanos
de paz munidos del bálsamo sanador que requieren las heridas abiertas en el corazón
mismo de la humanidad. Una sangría que debería atraer inmediatamente nuestra
atención y que habría de llevarnos a redoblar nuestra responsabilidad individual y
colectiva, despertándonos del letargo aciago en el que con frecuencia estamos
sumidos. El mundo no puede seguir asistiendo a espectáculos tan macabros como
los que están en curso en numerosas regiones de la tierra. Hay que darlos por
zanjados cuanto antes.
Ha llegado la hora, pues, de preguntarnos con lucidez y coraje: ¿se merecen
las generaciones venideras un mundo que no es capaz de erradicar de una vez por
todas el hambre y la miseria? ¿Es posible que no se pueda acabar con tantas y tan
lacerantes arbitrariedades como signan negativamente a la familia humana? ¿Pueden
los responsables políticos y sociales seguir polarizados, gastando tiempo y recursos
en discusiones inútiles y virulentas, mientras aquellos a quienes deberían de servir
continúan olvidados y utilizados en aras de intereses partidistas? No podemos
limitarnos a proclamar valores. Debemos encarnarlos. Los eslóganes no sacan de la
miseria. Urge una superación de un paradigma político tan enconado, basándonos en
una visión ética que prevalezca sobre el pragmatismo vigente que reemplaza a la
persona con el beneficio. No basta con invocar la solidaridad: debemos garantizar la
seguridad alimentaria, el acceso a los recursos y el desarrollo rural sostenible.
En este sentido, me parece un verdadero acierto que la Jornada Mundial de la
Alimentación se celebre este año bajo el lema: “Mano de la mano por unos alimentos
y un futuro mejores”. En un momento histórico marcado por profundas divisiones y
contradicciones, sentirse unidos por el vínculo de la colaboración no es sólo un
hermoso ideal, sino un llamamiento decidido a la acción. No hemos de contentarnos
con llenar paredes con grandes y llamativos carteles. Ha llegado el tiempo de asumir
un renovado compromiso, que incida positivamente en la vida de aquellos que tienen
el estómago vacío y esperan de nosotros gestos concretos que los arranquen de su
postración. Tal objetivo sólo puede alcanzarse mediante la convergencia de políticas
eficaces y una implementación coordinada y sinérgica de las intervenciones. La
exhortación a caminar juntos, en concordia fraterna, debe convertirse en el principio
rector que oriente las políticas y las inversiones, porque únicamente a través de una
cooperación sincera y constante se podrá construir una seguridad alimentaria justa y
accesible para todos. Sólo uniendo nuestras manos, podremos construir un futuro
digno, en el cual la seguridad alimentaria se reafirme como un derecho y no como
un privilegio. Con esta convicción, quisiera evidenciar que, en la lucha contra el
hambre y en el fomento de un desarrollo integral, el papel de la mujer se configura
como indispensable, aunque no siempre sea suficientemente apreciado. Las mujeres
son las primeras en velar por el pan que falta, en sembrar esperanza en los surcos de
la tierra, en amasar el futuro con las manos encallecidas por el esfuerzo. En cada
rincón del mundo, la mujer es silenciosa arquitecta de la supervivencia, custodia
metódica de la creación. Reconocer y valorar su papel no es sólo cuestión de justicia,
es garantía de una alimentación más humana y más duradera.
Excelencias, conociendo la proyección de este foro internacional, déjenme que
subraye sin ambages la importancia del multilateralismo frente a nocivas tentaciones
que tienden a erigirse como autocráticas en un mundo multipolar y cada vez más
interconectado. Se hace, por tanto, más necesario que nunca repensar con audacia
las modalidades de la cooperación internacional. No se trata sólo de individuar
estrategias o realizar prolijos diagnósticos. Lo que los países más pobres aguardan
con esperanza es que se oiga sin filtros su voz, que se conozcan realmente sus
carencias y se les ofrezca una oportunidad, de modo que se cuente con ellos a la hora
de solucionar sus verdaderos problemas, sin imponerles soluciones fabricadas en
lejanos despachos, en reuniones dominadas por ideologías que ignoran
frecuentemente culturas ancestrales, tradiciones religiosas o costumbres muy
arraigadas en la sabiduría de los mayores. Es imperioso construir una visión que
haga que cada actor del escenario internacional pueda responder con mayor eficacia
y prontitud a las genuinas necesidades de aquellos a quienes estamos llamados a
servir mediante nuestro compromiso cotidiano.
Today, we can no longer delude ourselves by thinking that the consequences of
our failures impact only those who are hidden out of sight. The hungry faces of so
many who still suffer challenge us and invite us to reexamine our lifestyles, our
priorities and our overall way of living in today’s world. For this very reason, I want
to bring to the attention of this international forum the multitudes who lack access
to drinking water, food, essential medical care, decent housing, basic education, or
dignified work, so that we can share in the pain of those who are nourished by
despair, tears, and misery alone. How can we fail to remember all of those who are
condemned to death and hardship in Ukraine, Gaza, Haiti, Afghanistan, Mali, the
Central African Republic, Yemen, and South Sudan, to name just a few places on
the planet where poverty has become the daily bread of so many of our brothers and
sisters? The international community cannot look the other way. We must make their
suffering our own.
We cannot aspire to a more just social life if we are not willing to rid ourselves of
the apathy that justifies hunger as if it were background music we have grown
accustomed to, an unsolvable problem, or simply someone else’s responsibility. We
cannot demand action from others if we ourselves fail to honor our own
commitments. By our omission, we become complicit in the promotion of injustice.
We cannot hope for a better world, a bright and peaceful future, if we are not willing
to share what we ourselves have received. Only then can we affirm — with truth and
courage — that no one has been left behind.
I invoke upon all of you gathered here today — the FAO and its officials, who
strive daily to fulfill their responsibilities with virtue and lead by example — the
blessings of God, who cares for the poor, the hungry and the helpless. May he renew
in each of us that hope which does not disappoint (cf. Rom 5:5). The challenges that
lie before us are immense, but so is our potential and the possible courses of action!
Hunger has many names, and weighs upon the entire human family. Every human
person hungers not only for bread, but also for everything that allows for maturity
and growth towards the happiness for which all of have been created. There is a
hunger for faith, hope and love that must be channeled into the comprehensive
response that we are called to carry out together. What Jesus said to his disciples
when facing a hungry crowd remains a key and pressing challenge for the
international community: “Give them something to eat” (Mk 6:37). With the small
contribution of the disciples, Jesus performed a great miracle. Do not tire, then, of
asking God today for the courage and the energy to continue to work towards a
justice that will yield lasting and beneficial results. As you continue your efforts,
you will always be able to count on the solidarity and engagement of the Holy See
and the institutions of the Catholic Church that stand ready to go out and serve the
poorest and the most disadvantaged throughout the world.
Thank you very much.
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